Un estudio llamado «Espacio Azul» demuestra que en la playa se experimenta tanta paz y calma, que mejora la salud mental.
Cada vez que visito Guanacaste me pasa lo mismo. La paso bien, sonrío como pocas veces, duermo, literalmente, como un bebé y la comida, cualquiera que sea, me sabe mucho mejor frente al mar, aún si es un atún con mayonesa.
Es quizás, ese sentido de plenitud el que me cuesta conseguir en la ciudad, en medio del tumulto y el caos vial. Sin embargo, la mayoría de mis amigos y mi familia viven cerca de la capital y este es el mejor argumento para, al final de todo, quedarme allí, en donde nunca falta casi nada.
Una tarde cualquiera iba de vuelta para San José. Eran como las 5:40 p.m. y apareció ese rojo intenso en el cielo, digno de los mejores atardeceres guanacastecos.
Se apreciaba como una pintura, a un lado estaban las cabezas de ganado sobre las fincas y al otro la punta de una montaña. De frente se escondía el sol.
De pronto, nace ese sentido de nostalgia que solo llega cuando se aprecia demasiado algo y que en poco tiempo será un recuerdo. Nada más.
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Es decir, cuando es algo efímero, que no puedo vivir todos los días, sino de manera esporádica cuando decido ir a la playa.
Fue así que nació la pregunta: ¿Sería más feliz viviendo en la playa?
Digo, tiene lógica: Podría observar los atardeceres frente al mar todos los días, escuchar el sonido de las olas y dormir como pocas veces lo hago.
No tiene que ser ya. Puedo trabajar duro durante algunos años, y luego dirigir mis fuerzas al objetivo de conseguir ingresos para instalarme cerca de la playa.
Gracias a GOPlaya he conocido muchísimos lugares y tengo en la cabeza algunos en los que me gustaría vivir: Conchal, Junquillal o incluso Santa Teresa.
En medio de mis pensamientos, me encuentro con que un estudio científico llamado «Espacio Azul», elaborado por Alexandrea Becker, demuestra que en la playa se experimenta tanta paz y calma, que mejora la salud mental.
En los resultados se explica que en la playa se reduce el estrés, pues el mar posee iones positivos. Esto hace que el ser humano se sienta mejor, se dejen los problemas atrás y se incrementen las ideas creativas.
A esto se suma el paisaje y el sonido de olas, dos factores que hacen que la mente entre un estado de meditación.
De pronto, recuerdo una frase de mi tío que contradice todo lo que tengo en la cabeza en este momento (y lo acabo de leer) y decido reflexionar sobre ello.
Decía que cuando lo especial se vuelve común, pierde la gracia. Es decir, que ya los atardeceres no me van a asombrar, que los mosquitos me van a picar y que el calor me va a sofocar a diario. Como quien dice, me voy a arrepentir.
Después recordé el viaje a playa Esperanza en Golfito. Un spot desolado y desconocido, al que solo se puede llegar en lancha después de recorrer casi 10 minutos desde la costa.
En medio del agua calma, había una pequeña casa de madera. Allí vivía alguien solo, con los monos como vecinos y la naturaleza a flor de piel.
Camino a playa Barco Quebrado me encontré a una niña chapoloteando sobre un charco, mientras me observaba llegar. Ahí no va nadie, entonces seguramente se sorprendió más de la cuenta.
El señor y la niña eran felices. Alejados de la sociedad, vivían tranquilos.
No me pude sacar la idea de la cabeza por un tiempo, entonces decido buscar todas las teorías sobre la felicidad.
Es decir, lo básico. Con solo poner en Google ‘felicidad’, aparecen decenas de razones para serlo, de investigaciones científicas que muestran como encontrar la plenitud, etc.
De todo lo que leí, encontré tres argumentos básicos e interesantes:
- Para ser feliz hay que apreciar los pequeños detalles que ofrece la vida.
- No presionarse demasiado ni hacer un remolino en un vaso de agua.
- Sonreir más y no dejar que los pensativos negativos te carcoman.
Es probable que si aplico estos tres conceptos a diario, consiga llegar a la felicidad sin importar dónde ni cuando… pero, si los pongo en práctica en la playa, es posible que me sienta aún mejor (Es solo una hipotesis).
Si le doy valor a los pequeños detalles, como el sonido del mar, las olas, los paisajes espectaculares y los atardeceres, disfrutaré como nunca.
Si vivo en paz, en un lugar tranquilo y único, quizás sonría aún más.
A mí me suena la idea de irme a vivir a la playa. Después de todo, allí disfruto como en ninguna otra parte. ¿Usted se animaría?