En un tradicional viaje a ‘El Puerto’ hay tres paradas obligatorias: el desayuno de camino, un almuerzo con buenos mariscos y el famoso Churchill (¿ya sabe por qué se llama así?)
Gasolinera la noche anterior: tanque lleno. Botella de agua llena en la puerta del carro. Things Have Changed de Bob Dylan suena en mi lista de YouTube: el viaje inicia: Puntarenas, aquí voy.
Ruta 27, dinero para los peajes, aire acondicionado, son las 9 de la mañana y la pregunta mañanera que todos nos hacemos cuando vamos de paseo: ‘¿dónde paramos a desayunar?’. La respuesta es fácil en este viaje que combina playa y gastronomía: La Casa del Sabor.
Salir tarde, apurado y querer desayunar de camino es muy habitual. Este restaurante en el kilómetro 69.5 de la 27, poquito antes de bajar al río Jesús María (que divide Orotina de Esparza), tiene 10 años de brindarme satisfacción garantizada. Parada segura para desayunar, su menú y su apuesta se ha ido incrementando con el pasar de los años.
A lo largo de la década, este emprendimiento familiar ha mantenido y mejorado el sabor de sus tortillas palmeadas, de su gallo pinto, de su carne en salsa y el tamaño de su clientela evidencia que han crecido para bien. Empezó como una soda, ahora ya merece el título de restaurante.
Es el sitio ideal para salir con hambre, detenerse a comer y llegar sin prisa a Puntarenas.
Gallo pinto de generosa porción, tortilla palmeada grande, dos huevos fritos, natilla y café con leche: ¢4.300.
El periodista gastronómico y chef, Alberto Gatgens, escribe este blog y ofrece un punto de vista objetivo sobre algunos de los destinos culinarios más tradicionales de ‘El Puerto’.
El almuerzo. Unas pocas horas después la pregunta se repetirá: ‘¿dónde almorzamos?’. La respuesta empieza a complicarse, pues en Puntarenas hay varias opciones recomendables, pero vayamos a los clásicos, ya que el ‘Puerto Puerto’ es un clásico del turismo nacional.
Uno de esos clásicos, con 50 años de existencia, fiel a un menú tradicional enfocado en los mariscos tiene un nombre exótico y conocido: el Kaite Negro. Trasladado hace poco de su ubicación original, ahora apuesta por estar en el Paseo de los Turistas para ampliar su clientela (150 oeste del hotel Tioga).
En este establecimiento gastronómico la apuesta es por el menú tradicional de mariscos. Aquí se puede encontrar desde el clásico ceviche hasta la sopa de mariscos.
Entre los clásicos están sus almejas, ya sea a la mantequilla o al ajillo. Buena porción de conchitas frescas con una salsa espesa, con buen punto de sal, apenas para empezar a sentirse en ambiente y disfrutar del calor, la brisa del mar y las palmeras que se mecen al ritmo del mar. Las sirven con papas y ensalada: ¢4.000.
La mariscada al ajillo es una buena opción para plato fuerte. Buenos camarones, varios tipos de bivalvos (molusco de dos conchas), pulpo y pescado se enredan en la salsa untosa, con un nivel de ajo correcto, que deja disfrutar todos los sabores, uno a uno, o que el conjunto se disfrute en su total dimensión. (¢10.000).
El Kaite Negro es un sitio para disfrutar el Puntarenas de antaño, de los paseos en tren, de las historias de sus bailongos junto a la arena, de nuestros padres y abuelos que nos llevaron a conocer el mar. El Kaite Negro conserva esa nostalgia y esa cuchara.
¿Por qué se llama Churchill?
La otra pregunta de rigor en Puntarenas es, ‘¿dónde nos comemos el Churchill?’. Este postre inmortalizado ahora hasta en queques tiene sus orígenes hace décadas en los primeros quioscos del Paseo de los Turistas.
Cuenta la leyenda que un señor muy parecido al primer ministro británico Winston Churchill pedía el granizado de la forma que ahora conocemos y se le nombró en su honor.
El resto ya lo sabemos. Lo que debemos saber es que en ninguna otra parte un churchill sabe mejor que en el Paseo de los Turistas. Y mi quiosco preferido es el Río de Janeiro. ¿Por qué? Porque he ido ahí toda la vida.
Me gusta su atención, me siento como en casa, viendo la gente pasar, los inflables que me recuerdan el deseo que de niño tenía de quererlos todos.
El churchill del Río de Janeiro hecho con la maestría de las décadas no decepcionó: un súper coloso con leche en polvo, leche condensada y bolita de helado de vainilla (¢3.250) terminó, gracias al calor, en una especie de milkshake de churchill, cargada de calorías felices, que viajan directo al corazón, a los recuerdos y al futuro.
Aquí voy a volver para que mi hija conozca este mismo lugar y la tradición de ir a nuestros lugares favoritos siga a través de ellos, a través de nuestra comida, a través de nuestro Puntarenas.
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